¿Tanto importa el lenguaje? Me suelen preguntar cuando muestro abiertamente mi interés por utilizar un lenguaje no sexista. Lo importante es lo que piensas respecto a este tema, me suelen argumentar desvalorizando así el hecho de utilizar un lenguaje inclusivo.
Para mí el lenguaje es una muestra más de cómo concebimos el mundo, qué sociedades construimos y cómo nos relacionamos. Y evidentemente también comparto que es muy importante cómo pensamos.
Pensamiento y lenguaje, lenguaje y pensamiento. Últimamente pienso mucho sobre el origen del lenguaje y las funciones del pensamiento cuando observo la evolución casi milagrosa del desarrollo del lenguaje en mi hijo de dos años.
¿Cómo se relacionan? ¿Se da una relación de causa y efecto, una interrelación dialéctica? ¿Qué va antes, el pensamiento o el lenguaje? ¿Se desarrollan de forma independiente o de forma simultanea? ¿Son capacidades innatas o adquiridas? Me apasionaba esta asignatura cuando estudiaba psicología. Piaget, Chomsky, Vigotsky... diversas teorías intentaban explicarlo desde diferentes perspectivas.
Ahora, a través de la experiencia y el conocimiento que te da el vivir en sociedad, con hombres y mujeres, en una sociedad claramente patriarcal como la nuestra, lo que sí que tengo clarito y meridiano es que el lenguaje sí que importa, muy al contrario de lo que piensan much@s.
Si nuestro lenguaje incluye a las mujeres, personas y grupos tradicionalmente ignorados o excluidos, también pensaremos mejor. Porque el lenguaje refleja lo que somos y lo que aspiramos a ser. Porque las palabras no se las lleva el viento, sino que crean realidades. Son como semillas, y si queremos cosechar igualdad hemos de sembrar igualdad.
El título que había escogido inicialmente era el lema feminista: "lo que no se nombra, no existe". Pero de ahí se derivaba que si no me nombran no existo... Y como prefiero no dejar en manos de l@s demás mi existencia, lo cambié por "si no me nombras, no existes". Así, en lugar de que me excluyan a través del lenguaje, escojo excluir yo a quien no me tiene en cuenta.
Un uso del lenguaje que representa a hombres y mujeres es un lenguaje que no oculta, no subordina, no infravalora, no excluye y no quita la palabra a nadie. Mejor utilizar el lenguaje para crear, y no para anular, subordinar, infravalorar o excluir. Porque si hablamos mejor, también pensaremos mejor... y viceversa.
"Nunca se debe gatear cuando se tiene el impulso de volar". Hellen Keller, escritora y educadora. Blog sobre educación, psicología e igualdad.
miércoles, 13 de agosto de 2014
lunes, 28 de julio de 2014
La responsabilidad de ser
Se cuenta que una mujer agonizante hubo de comparecer ante un tribunal celestial.
- ¿Quién eres?- le preguntó una voz.
- Soy la mujer del alcalde- repuso ella.
- Te he preguntado quién eres y no con quién estás casada.
- Soy la madre de cuatro hij@s.
- Te he preguntado quién eres y no cuántos hij@s tienes.
- Soy maestra de escuela.
- Te he preguntado quién eres y no cuál es tu profesión.
- Soy cristiana.
- Te he preguntado quién eres y no tu religión.
- Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a l@s pobres.
- Te he preguntado quién eres y no lo que hacías.
Tenemos la obligación de ser. No de ser un personaje determinado, o de ser "alguien", sino sencillamente "ser". Debemos luchar para llegar a ser "nosotr@s mism@s", para ser responsables conscientes de nuestra madurez y crecimiento personal, de nuestra cada vez mayor autonomía y libertad. Y cuanto antes empecemos, mejor!
- ¿Quién eres?- le preguntó una voz.
- Soy la mujer del alcalde- repuso ella.
- Te he preguntado quién eres y no con quién estás casada.
- Soy la madre de cuatro hij@s.
- Te he preguntado quién eres y no cuántos hij@s tienes.
- Soy maestra de escuela.
- Te he preguntado quién eres y no cuál es tu profesión.
- Soy cristiana.
- Te he preguntado quién eres y no tu religión.
- Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a l@s pobres.
- Te he preguntado quién eres y no lo que hacías.
Tenemos la obligación de ser. No de ser un personaje determinado, o de ser "alguien", sino sencillamente "ser". Debemos luchar para llegar a ser "nosotr@s mism@s", para ser responsables conscientes de nuestra madurez y crecimiento personal, de nuestra cada vez mayor autonomía y libertad. Y cuanto antes empecemos, mejor!
viernes, 25 de julio de 2014
¿A qué precio buscamos la "excelencia educativa"?
En el discurso educativo está muy de moda la palabra "excelencia". A quienes nos gobiernan les encanta decir que hemos de trabajar para promover la excelencia.
Y cada vez que lo oigo me planteo lo mismo ¿qué se entiende por excelencia educativa? No es que esté en contra de caminar hacia la excelencia, que significa "Superior calidad o bondad que hace dign@ de singular aprecio y estimación algo". No hay nada de malo en querer lo mejor posible ya que nos impulsa a intentar mejorar y aprender continuamente.
En el campo empresarial su aplicación está clara "hacer el máximo con el mínimo posible y a la vez alcanzar la excelencia". Pero en educación ¿se puede aplicar de la misma manera? Quienes nos dedicamos a este campo comprobamos día a día que aplicarlo por analogía no funciona.
Una de las principales consecuencias de trabajar desde esta mirada son las prisas y la presión para que se den "los resultados deseados". Como si la buena educación, que no es lo mismo que enseñanza o transmisión de conocimientos, se pudiera desarrollar con prisas, sin respetar ritmos "humanos" y procesos de aprendizaje. Que se ha de respetar el ritmo de cada niñ@ lo oímos continuamente, pero muchas veces es solo un discurso que no se lleva a la práctica.
El problema aparece cuando nos centramos en la práctica de la búsqueda de la excelencia y nos olvidamos por el camino de "lo principal", de lo más importante. Y esto puede pasar según las estrategias educativas o enfoques pedagógicos que utilicemos y de cuales pensemos que son las finalidades de la educación.
Hay una historia antigua que habla precisamente de esto, de "lo principal":
"Cuenta esa historia que una pobre mujer con su bebé pasó frente a la entrada de una caverna y escuchó una voz misteriosa que decía: «Puedes entrar y coger todo lo que quieras, pero ¡no te olvides de lo principal!».
La mujer curiosa se acercó un poco más y escuchó otra vez la misma frase y algo más: «Después que salgas de la caverna la puerta se cerrará para siempre, así que ¡no te olvides de lo principal!».
La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas y pensó que jamás volvería a ser pobre y pasar hambre. Fascinada con tanto oro y joyas puso a su bebé bien ubicado en un rincón y empezó a recoger todo el oro y joyas que podía.
La voz misteriosa volvió a decir: «¡Date prisa! ¡Date prisa! ¡La puerta de la caverna ya se cierra ¡Date prisa!». La mujer, con mucha prisa, salió corriendo de la caverna con los brazos llenos de oro y joyas y escuchó en sus espaldas el fuerte sonido del cierre de las puertas. Pero… se dio cuenta de que su bebé se había quedado dentro. ¡Y para siempre! El tiempo pasó, la riqueza recogida en la caverna se acabó pronto, pero su desespero de madre duró mucho… Su conciencia le hacía preguntarse una y otra vez:
«¿Por qué me olvidé de lo principal?".
Como la madre con su bebé en el cuento, la educación es la encargada de las nuevas generaciones. Por ello es indispensable que no nos centremos únicamente en fomentar la cultura del éxito y la excelencia. Porque, los parámetros en función de los cuales definimos el éxito y la excelencia ¿son compatibles con los que definen la diversidad? ¿con los que definen la inclusión social? ¿con seres humanos que respetaran el mundo y lo llevaran a buen puerto?
Yo creo que sí pueden serlo, pero también estoy convencida de que muchas veces escuchamos la voz de la caverna que nos presiona para ir y escoger rápido y nos olvidamos de lo "principal en la educación", promoviendo la competitividad, no favoreciendo el respeto y la convivencia y centrándonos en metodologías destinadas a mejorar "los resultados". ¿Qué resultados? ¿Los que necesitamos de verdad los seres humanos?
L@s educador@s no podemos aceptar los ritmos frenéticos ya que respetar el ritmo de cada niñ@ y su proceso madurativo necesita tiempo, y los resultados "principales" sólo se observan a medio y largo plazo.
La escuela que queremos, la que tiene sentido, no es la que discute sobre cuántas horas ha de tener una materia, sino la que discute sobre las formas de integrar los conocimientos. No es la que se pone el foco de atención en los resultados y en facilitar las excelencias, sino la que estimula la conexión entre esos conocimientos y la vida, la que construye oportunidades diversas para cada niñ@ y compensa a l@s que tienen pocas, y la que crea y mantiene el deseo de saber y la implicación activa en el descubrir y experimentar continuamente.
Y cada vez que lo oigo me planteo lo mismo ¿qué se entiende por excelencia educativa? No es que esté en contra de caminar hacia la excelencia, que significa "Superior calidad o bondad que hace dign@ de singular aprecio y estimación algo". No hay nada de malo en querer lo mejor posible ya que nos impulsa a intentar mejorar y aprender continuamente.
En el campo empresarial su aplicación está clara "hacer el máximo con el mínimo posible y a la vez alcanzar la excelencia". Pero en educación ¿se puede aplicar de la misma manera? Quienes nos dedicamos a este campo comprobamos día a día que aplicarlo por analogía no funciona.
Una de las principales consecuencias de trabajar desde esta mirada son las prisas y la presión para que se den "los resultados deseados". Como si la buena educación, que no es lo mismo que enseñanza o transmisión de conocimientos, se pudiera desarrollar con prisas, sin respetar ritmos "humanos" y procesos de aprendizaje. Que se ha de respetar el ritmo de cada niñ@ lo oímos continuamente, pero muchas veces es solo un discurso que no se lleva a la práctica.
El problema aparece cuando nos centramos en la práctica de la búsqueda de la excelencia y nos olvidamos por el camino de "lo principal", de lo más importante. Y esto puede pasar según las estrategias educativas o enfoques pedagógicos que utilicemos y de cuales pensemos que son las finalidades de la educación.
Hay una historia antigua que habla precisamente de esto, de "lo principal":
"Cuenta esa historia que una pobre mujer con su bebé pasó frente a la entrada de una caverna y escuchó una voz misteriosa que decía: «Puedes entrar y coger todo lo que quieras, pero ¡no te olvides de lo principal!».
La mujer curiosa se acercó un poco más y escuchó otra vez la misma frase y algo más: «Después que salgas de la caverna la puerta se cerrará para siempre, así que ¡no te olvides de lo principal!».
La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas y pensó que jamás volvería a ser pobre y pasar hambre. Fascinada con tanto oro y joyas puso a su bebé bien ubicado en un rincón y empezó a recoger todo el oro y joyas que podía.
La voz misteriosa volvió a decir: «¡Date prisa! ¡Date prisa! ¡La puerta de la caverna ya se cierra ¡Date prisa!». La mujer, con mucha prisa, salió corriendo de la caverna con los brazos llenos de oro y joyas y escuchó en sus espaldas el fuerte sonido del cierre de las puertas. Pero… se dio cuenta de que su bebé se había quedado dentro. ¡Y para siempre! El tiempo pasó, la riqueza recogida en la caverna se acabó pronto, pero su desespero de madre duró mucho… Su conciencia le hacía preguntarse una y otra vez:
«¿Por qué me olvidé de lo principal?".
Como la madre con su bebé en el cuento, la educación es la encargada de las nuevas generaciones. Por ello es indispensable que no nos centremos únicamente en fomentar la cultura del éxito y la excelencia. Porque, los parámetros en función de los cuales definimos el éxito y la excelencia ¿son compatibles con los que definen la diversidad? ¿con los que definen la inclusión social? ¿con seres humanos que respetaran el mundo y lo llevaran a buen puerto?
Yo creo que sí pueden serlo, pero también estoy convencida de que muchas veces escuchamos la voz de la caverna que nos presiona para ir y escoger rápido y nos olvidamos de lo "principal en la educación", promoviendo la competitividad, no favoreciendo el respeto y la convivencia y centrándonos en metodologías destinadas a mejorar "los resultados". ¿Qué resultados? ¿Los que necesitamos de verdad los seres humanos?
L@s educador@s no podemos aceptar los ritmos frenéticos ya que respetar el ritmo de cada niñ@ y su proceso madurativo necesita tiempo, y los resultados "principales" sólo se observan a medio y largo plazo.
La escuela que queremos, la que tiene sentido, no es la que discute sobre cuántas horas ha de tener una materia, sino la que discute sobre las formas de integrar los conocimientos. No es la que se pone el foco de atención en los resultados y en facilitar las excelencias, sino la que estimula la conexión entre esos conocimientos y la vida, la que construye oportunidades diversas para cada niñ@ y compensa a l@s que tienen pocas, y la que crea y mantiene el deseo de saber y la implicación activa en el descubrir y experimentar continuamente.
domingo, 5 de enero de 2014
Transformarse para volar
"Un día de primavera, un viajante descansaba tranquilamente al
borde del camino bajo un árbol. Mirando la naturaleza que le rodeaba, observó
cómo la oruga de una crisálida de mariposa intentaba abrirse paso a través de
una pequeña abertura aparecida en el capullo. Estuvo largo rato contemplando
cómo la mariposa iba esforzándose hasta que, de repente, pareció detenerse. Tal
vez la mariposa –pensó aquel hombre- había llegado al límite de sus fuerzas y
no conseguiría ir más lejos.
Así que, decidido a ayudar a la mariposa, cogió unas tijeras de su mochila y ensanchó el orificio del capullo. La mariposa, de esta forma, salió fácilmente. Su cuerpo estaba blanquecino, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre, preocupado, continuó observándola esperando que, en cualquier momento, la mariposa abriera sus alas, las estirara y echara a volar. Pero pasó el tiempo y nada de eso ocurrió. La mariposa nunca voló, y las pocas horas que sobrevivió las pasó arrastrando lastimosamente su cuerpo débil y sus alas encogidas hasta que, finalmente, murió".
Aquel caminante, cargado de buenas intenciones, con voluntad de ayudar y evitar el sufrimiento a la mariposa, no comprendió que el esfuerzo de aquel insecto para abrirse camino a través del capullo era absolutamente vital y necesario, pues esa era, precisamente, la manera que la naturaleza había dispuesto para que la circulación de su cuerpo llegara a las alas y estuviera lista para volar una vez hubiera salido al exterior.
El proceso de la vida humana tampoco está exento de crecimiento, esfuerzo y sufrimiento continuo, y nadie puede sustituirnos y vivirla por nosotr@s. A veces, con la buena voluntad de ahorrar sufrimiento a quienes nos rodean, aceleramos procesos, tomamos decisiones por l@s demás y aconsejamos pensando en cómo actuaríamos nosotr@s, en lugar de limitarnos a acompañar respetando el proceso de cada persona. Olvidamos a veces que cada un@ debemos tomar nuestras propias decisiones y que para poder aprender, evolucionar y crecer necesitamos tiempo, esfuerzo, arriesgarnos y no paralizarnos ante los cambios u obstáculos. Vivir con todas sus consecuencias, aprovechando al máximo nuestro inmenso potencial es la manera de poder volar cada vez más alto, en lugar de pasarnos la vida planeando...
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